EL ENVIDIOSO
El envidioso es un hombre (o mujer) carente de algunos atributos. Sabremos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro.
El discurso del envidioso es monocorde y compulsivo sobre el envidiado, vuelve una y otra vez al "tema". y, sin quererlo, concluye identificándose , es decir, distinguiéndose él mismo por aquello de que carece. La identidad del envidioso está, precisamente, en su carencia. Pero además, en éste discurso destaca tácita e implícita la aseveración de que el atributo que el envidiado posee lo debiera poseer él, y, es más, puede declarar que incluso lo posee, pero que, injustificadamente, "no se le reconoce". Ésta es la razón por la que el discurso envidioso es permanentemente crítico o incluso hipercrítico sobre el envidiado, y remite siempre a sí mismo. Aquel al que podríamos denominar el "perfecto envidioso" construye un discurso razonado, bien estructurado, y pleno de sagaces observaciones negativas.
La condición carencial del envidioso, su constante ejercicio de la crítica, y sobre todo la extrema cautela con que actúa para no descubrirse requieren habilidad y astucia. Su actitud permanentemente vigilante le convierte en un observador agudo y detallista. La tarea interpretativa es conducida sesgadamente, oblicuamente, de manera que la depreciación de la imagen del envidiado aparezca como un resultado "objetivo". En la envidia existe "perversión del juicio" (J.L. Vives). El fracaso persuasorio del envidioso viene influido por la fuerza del odio.
"La envidia hace pensar que son importantes las cosas pequeñas, y repugnantes las de mayor belleza". (J-L- Vives ).
RELACIÓN ENVIDIOSO/ENVIDIADO
La relación entre envidioso y envidiado es extremadamente compleja. Tiene un sentido unidireccional, del envidioso hacia el envidiado, no a la inversa, entre otras razones porque a menudo este último ignora la envidia que despierta en otro u otros.
Toda interacción, confirma o desconfirma la propia identidad.
La envidia es fundamentalmente una relación de odio, pero de carácter diádico. El envidioso odia al envidiado, por no poder ser como él; pero también se odia a sí mismo por ser quien es o como es.
Es prácticamente imposible que el envidioso reconozca amar al envidiado, ni siquiera admirarle. Pero en tanto representa el ideal del yo, se le ama. La compulsión del envidioso respecto a la persona del envidiado procede del hecho que ama a quien odia (por ser lo que él no es), y ese amor a quien detesta (por el daño que su mera existencia le produce) , le lleva a una constante e incontrolable tendencia a la destrucción de esa figura, amada a su pesar.
El envidioso es un sujeto frustrado por la no consecución de lo anhelado. Se trata de un padecimiento muy intenso. El error del envidioso es inaceptarse a sí mismo y proponerse ser otro, hace de su vida un proyecto imposible. La tristeza del envidioso procede de haber hecho de su ideal no un constructo imaginario de sí mismo, sino de otro. Lo que el envidioso no logra es su proyecto de ser el envidiado. Por eso la tristeza del envidioso , posee un tinte persecutorio.
El envidioso es suspicaz y desconfiado. En cualquier momento su actitud vigilante en la ocultación de su envidia puede cesar o decaer , o puede delatarse por haber llegado demasiado lejos o demasiado torpemente en la demolición crítica y en la difamación. Tarde o temprano el envidioso se descubre como tal y se le descalifica psicológica y moralmente.
El envidioso gasta sus mayores energías en dejar de ser el que es, para tratar de ser aquel que no puede llegar a ser. El envidioso renunciaría a sí mismo a favor de aquél a quien envidia: tarea, como he dicho, imposible, que sólo puede resolverse de mala manera: bien mediante el recurso a una fantasía improductiva, bien mediante los intentos de destrucción de aquel a quien envidia y que se constituye , sin pretenderlo, en testigo de sus auto deficiencias.
Porque la gran paradoja del envidioso, estriba en que ama/admira al que envidia, aunque para defenderse de esta intolerable admiración se empeñe en no hallar motivo para admirarlo y, en consecuencia, tampoco para envidiarlo, y se mantiene al acecho en la activa observación del envidiado, con quien se identifica de manera ambivalente: le ama/admira, porque constituye la encarnación de su ideal del yo; mas niega luego su amor/admiración hasta transformarlo en su contrario odio/desprecio, como forma de justificar su ataque y defenderse de la acusación tácita de los demás de "no ser más que un envidioso".
El envidioso no puede hacer otra cosa que envidiar.
La envidia se alimenta y rumia desde la impotencia del envidioso. Quizá en otros aspectos el envidioso es un sujeto de valores, pero carece de aquel que el envidiado posee: ésta es la cuestión.
Uno de los costos de la envidia es la destrucción del envidiado, si pudiera llegaría incluso a la destrucción física, y no es raro que fantasee con su desgracia y su muerte, para lo cual teje un discurso constante e interminable sobre las negatividades del envidiado. Rara vez el discurso del envidioso llega a ser útil, y con frecuencia el pretendido efecto de la descalificación de la imagen del envidiado resulta un fracaso total.
La envidia es una pasión extensiva . El envidioso acaba por no dejar "títere con cabeza". También ha de destruir a aquellos que admiran al que él envidia, en la medida en que le hacen ostensible la inutilidad de su esfuerzo demoledor.
La envidia es crónica e incurable ya que es una manera de instalarse en el mundo. Quien alguna vez ha tenido la experiencia dolorosa de la envidia está ya definitivamente contaminado por ella. Porque en su intimidad le desvela así mismo , la secreta deficiencia, aquella por la que , aunque muy oculta puede ser herido en la aparentemente más inofensiva interacción. Y una vez lastimado en su autoestima, el envidioso, más y más sensibilizado y susceptible, permanecerá constantemente alerta.
La envidia dura toda la vida del envidioso. Cualquiera que sean las gratificaciones externas que el envidioso obtenga, persistirá la envidia.
El envidioso no dejará de serlo por lo que ya posee; seguirá siéndolo por lo que carece y ha de carecer siempre , a saber; ser como el envidiado.
(Extractos seleccionados de "La Envidia" de Carlos Castilla del Pino )